Continuaba sin demora nuestra aventura hacia España. Tras el cosmopolitismo y el glamour de Lyon, seguimos recorriendo kilómetros de territorio francés (315 para ser exactos) hasta detenernos en el segundo destino: Marsella. Ésta será una entrada relativamente corta porque Marsella no me apasionó especialmente, y más tras haber visitado Lyon el día anterior. Por eso he tardado tanto en escribirla, porque no sabía cómo empezarla, y mucho menos como continuarla. Descubramos Marsella en 906 palabras.
Era la hora de comer. El sol recalentaba el asfalto, las cigarras llenaban los silencios. Yo me había bañado en un acto de valentía en Scheveningen, pero ya iba siendo hora de meterse en aguas un poco menos heladas. Y así fue como nos dirigimos a la playa, aunque por recomendación del recepcionista del hotel no fuimos a Marsella (previsiblemente a reventar) sino a La Ciotat, una villa cercana al hotel que también disponía de playa. Desde aquí le mando saludos al del hotel, porque la bucólica y diminuta La Ciotat estaba a reventar y no había arena para dejar la toalla (literalmente). El agua muy calentita, aunque el suelo es todo guijarros, ideal para chancletear como si pisaras huevos y perder la dignidad de camino a tu toalla.
Al centro de Marsella bajamos ya de noche, a cenar. Un vistazo rápido deja claro que la vida se concentra en el puerto y sus alrededores, porque allí es donde encontrarás los restaurantes más elegantes y las tiendas de regalos más completas (por cierto, recuerdos al vendedor de la tienda de recuerdos que me regaló un llavero por intentar hablar en ‘francés chapurreau‘). El puerto se ilumina durante la noche con focos azulados y se encuentra siempre transitado y animado. En esta zona, además, no es difícil encontrarse planes improvisados, como músicos ambulantes o estatuas surrealistas en plan exposición.
El día siguiente, que estaba totalmente destinado al turisteo, empezó con una nueva sesión de playa, esta vez en Marsella (para pegarse por un metro cuadrado de arena, al menos que sea en lugar conocido). Tanto locales como turistas te recomiendan alejarte de las playas más transitadas y descansar en las calas pequeñas, con una concentración de bañistas menor y en general un ambiente más tranquilo. En nuestro caso se tradujo a una playa de guijarros (y ya van dos) con cuatro gatos tomando el sol. Añade un socorrista aburrido y unos baños públicos y ya tienes nuestra playa ideal. No tengo muy claro si al final era una cala pequeña o una playa en el quinto pino, pero no se estaba mal.
Marsella, a mi parecer, no tiene demasiado que ofrecer. La zona del puerto (Port Vieux), un par de edificios, y un par de iglesias (a lo largo del blog ya he dejado claro que el turismo religioso me es indiferente). Sin embargo, merece una mención especial la iglesia de Notre Dame de la Garde, que disfruta de una posición elevada y por tanto es el mejor mirador de la ciudad. Puedes entrar también, por qué no. Allí una mujer francesa me miró y refunfuñó algo que no entendí, para luego contárselo a su marido. Saludetes, mon amour.
La subida a la iglesia es bastante empinada, y puedes o bien subir en coche o hacer uso de los trenes que el Ayuntamiento de Marsella pone a tu disposición. Aunque prepárate a hacer cola para embutirte en un mini-vagón. Tampoco debería perderse nadie la Catedral de Marsella, aunque si digo la verdad yo no la vi y aquí sigo, estupendamente. El resto de edificios turísticos siempre se van a encontrar cerca del puerto, incluyendo el ayuntamiento o la ópera. Tampoco puedes olvidarte del mercadillo del puerto para comprar los productos típicos.
Y ahora, debo hacer unas comprometidas declaraciones que quizás desencanten a los futuros turistas. En Marsella hay ratas. RATAS. Correteando por los callejones a cualquier hora. A mí personalmente me dan igual, pero iba acompañado de gente que tiene un miedo considerable odia a las ratas. Yo lo menciono por si acaso.
El centro de Marsella se encuentra un tanto descuidado. Cabe decir que es un área muy heterogénea y puedes encontrar en la misma calle un bloque de edificios y una casita antigua, pero en general todo trasmite un aspecto desvencijado y erosionado. Comparada con Lyon, Marsella está más desgastada y no tiene tanto glamour. Aunque claro, para el turismo de sol y playa no tiene rival.
Hasta aquí la entrada de Marsella, que al final no ha sido tan breve. El viaje de vuelta se acaba poco a poco… y para la siguiente ocasión ya contaré experiencias ocurridas en territorio español. ¡Hasta la próxima!
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